Plaza del Mentidero, Cádiz
TIENE en Cái La Bizcocha un café de marineros
y en er café hay una niña coló de lirio moreno
Lirio la llaman por nombre
Don Fermín Salvochea, naturalsocialista y erguido y cano como
Dios en las calcomanías,
entregaba su ancianidad a los invernizos aguajes caleteros.
Cerrado el Café Apolo, libertad redactó una tarde
el jazmín palacial de don Elías Ahuja sobre la cal en la Alameda,
y el patriciado una vez más volvió la vista a la muralla,
llenó el Ideal Room una vez más de cuchicheos, una
vez más de oficios la Gobernaduría.
A la mar maera
y a la Virgen cirios
Alegres Carnavales famélicos
y, esquina de Rosario y Columela, el do de pecho ultramarino
del Almacén de Manganelli
alentando las largas travesías acomodadas: las ginebras
de Rotterdam, las patas de Jabugo y Grazalema,
aspics de Francia, rones, jereces, pavipollos
fenicios, de oropel y cantueso ataviados: lo último que mirara,
cerca ya del amanecer, el vagabundo alto antes de derrumbarse
junto al escaparate.
Un hombre vino de Cuba...
Rosiblanco de velas, lento azafrán de mástiles y obenques
(apenas ya algún hilo de humo fabril adelgazándose
lejos, por La Carraca, o sobre el Baluarte
de los Negros, junto a la Fortaleza
del Tabaco), camisas de indiamar,
redes y carros de mulos sufrientes, catalejos, aros
infantiles ya casi en culpa, tropas
al Caribe y al Moro, el puerto empurpuraba
de sol caído y sangre colonial los miradores de los navieros.
Que se l'han puesto las sienes
¡Vuelta de los Antiguos!, exhumadas esclusas, fíbulas, ánforas,
sarcófago
dc Punta de la Vaca junto al acre júbilo obrero
en las achampanadas botaduras, oh
Ceres ubérrima, goleta de batalla con los palos ceñidos
por racimos de uva, cañones de bolsillo, ovaladas
fotos crema del Rey y de su Señora
Por todo Pucrta Tierra el playerío
desierto, el limpio, el envalentonado
tronar de la marea junto a la arena sin pisadas
y de Cái a Almería
con vó ronca de aguardiente
canta la marinería
la hosca y cantora horda morena, la intemperie
del céntimo, reyertas en la calle Mirador ante los musicales lloros
mañaneros
del Mellizo, el cuarto poder sitiado de prostíbulos
en el Barrio del Mentidero,
las tabernas profundas y el cante y el cariñoso amigo de la dueña,
bragueta agradecida, autoridad y jipijapa, al paso
del landó con su tronco de níveos corceles braceantes,
mano enguantada y sola dando
desde la ventanilla
cincuenta moneas de oro por aquel lirio morao.
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Fernando Quiñones, “Entorno y compra de La Lirio”, Las crónicas del 40 (1976),
Libro de las crónicas, Madrid, HIperión & Oba, 1998, págs. 195-197.
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